La niña grita que su padre solo duerme en el ataúd: y entonces descubren algo espeluznante

Hoy asistí al funeral de mi padre. Todo transcurría con esa solemnidad lenta y pesada que caracteriza estos momentos. La capilla estaba en silencio, solo roto por algún sollozo ahogado y las palabras del sacerdote. En el centro, el ataúd forrado de blanco, con el cuerpo de mi padre, un hombre joven arrebatado por un trágico accidente. A su lado, mi madre, pálida, con la mirada perdida, y mi hermanita pequeña, Lucía, de solo dos años, vestida de negro.

Lucía se mantuvo callada, agarrada al borde del ataúd. Nadie esperaba que entendiera lo que ocurría. A su edad, ¿cómo iba a comprender la muerte?

Al final de la ceremonia, la acercaron al féretro. Se quedó mirando a papá en silencio, frunció el ceño y, de pronto, gritó con una voz tan desgarradora que todos contuvieron el aliento.

—¡Papá, despierta! ¡No te duermas! ¡Abre los ojos!

Algunos bajaron la cabeza, pensando que era solo el dolor inocente de una niña. Otros lloraron. Pero entonces, Lucía señaló su cara y dijo:

—¡Tiene miedo! Papá me dijo: «Estoy aquí, ayúdame». ¡Está dentro! ¡No se ha ido!

Un silencio sepulcral llenó la sala. Algo siniestro flotaba en el aire.

—¿Habrá sentido algo? —musitó un tío.

Mi madre corrió a abrazarla, intentando calmarla, pero Lucía forcejeaba, gritando:

—¡Papá está llorando! ¡Lo oigo! ¡No lo cerréis!

Mi madre se arrodilló junto al ataúd, temblorosa:

—Cariño, ¿qué oíste? ¿Qué te dijo?

Lucía, entre lágrimas, susurró:

—Dijo: «No debería haber ido… Fue a propósito…»

—¿Quién?

—El tío Javier, el hermano de papá.

Las palabras cayeron como un trueno.

Todos miraron a mi tío, de pie junto a la pared, vestido con un traje gris. Él, que había estado ayudando a la familia, organizando el funeral. Intentó hablar, pero solo tembló.

—¿Qué más dijo? —preguntó mi madre.

—Vino de noche. Estaba mojado y triste. Me dijo: «Dile a mamá que Javier lo sabía. Él quería que yo fuera…» —Lucía miró el ataúd—. «No quería que lo supieras…»

Al día siguiente, denunciamos todo a la policía. Las cámaras de seguridad mostraron a mi tío hablando junto al coche de papá antes del accidente. La pericia reveló manipulaciones en los frenos.

Lucía no podía saberlo. Pero escuchó a papá. Y ahora, todos lo sabemos.

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