Un soldado en el suelo y su fiel perro guardián: el sorprendente motivo tras sus ladridos

El aeropuerto bullía de actividad esa mañana. Algunos pasajeros corrían para no perder su vuelo, otros esperaban en la cola del café, y algunos simplemente miraban por las ventanas, siguiendo con la vista los aviones que despegaban. Pero en un rincón apartado de la terminal, algo llamaba la atención.

La gente comenzó a detenerse, a murmurar, a sacar sus móviles. En el suelo, sobre el frío mármol, yacía un hombre joven con uniforme militar. Había extendido una manta gastada bajo su cuerpo y se había acurrucado, abrazando sus rodillas. Su rostro estaba pálido, los ojos cerrados, y respiraba con dificultad.

A su lado, inmóvil como una estatua, estaba sentado un pastor alemán. Grande, fuerte, con ojos inteligentes que no apartaban la mirada de quienes se acercaban. Si alguien intentaba pasar demasiado cerca, el perro se erguía sobre sus patas traseras y gruñía. No con agresividad, pero sí con firmeza, como advirtiendo.

La gente se detenía. Algunos intentaban hablarle, otros llamaban a seguridad. Pero nadie se atrevía a acercarse más.

Cuando comprendieron lo que sucedía, por qué el animal actuaba así, muchos se quedaron sin palabras. Resultó que no era un simple perro. Era un can de servicio, el compañero inseparable de aquel soldado. Ambos acababan de regresar de una zona de conflicto, donde habían pasado ocho meses agotadores.

Los últimos días, el soldado no había dormido: trámites, interrogatorios, esperando el permiso para volver. Aguanto hasta donde pudo. Y allí, en el aeropuerto, con horas antes de embarcar, por fin se permitió descansar. Dormir. Sin miedo. Sin sobresaltos.

Su fiel compañera, la única en quien confiaba por completo, entendió su deber: nadie lo tocaría mientras él dormía.

Cuando llegó un empleado del aeropuerto, advertido de la situación, habló al animal con calma. Le mostró su identificación, se agachó lentamente, le dejó olfatear su mano. Solo entonces, la perra retrocedió, vigilante aún.

No despertaron al soldado. Colocaron una valla alrededor para que nadie lo molestara. Un transeúnte dejó junto a ellos una botella de agua y algo de comida.

Dos horas después, el hombre despertó. No supo nada de la gente que se había reunido, de quienes se emocionaron al ver la lealtad de su perra. Se levantó, le acarició la cabeza, cogió su mochila y se dirigió hacia la puerta de embarque.

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