**Diario personal – 15 de octubre**
Después de dejar a mi amante frente a su portal, Javier Alcántara se despidió de ella con un beso suave y partió hacia casa. Al llegar, se detuvo un instante frente al portal, respirando hondo mientras repasaba mentalmente lo que diría a su esposa. Subió las escaleras y abrió la puerta con su llave.
—Hola— dijo Javier—. Maribel, ¿estás en casa?
—Sí, aquí— respondió ella con voz serena—. Hola. ¿Voy a freír los filetes o qué?
Javier se prometió a sí mismo actuar con firmeza, sin rodeos, ¡como un hombre! Era hora de terminar con su doble vida, ahora que aún sentía el calor de los labios de su amante, antes de que la rutina lo arrastrara de nuevo al tedio y la mediocridad.
—Maribel— aclaró su garganta—. Tengo que decirte algo… debemos separarnos.
La reacción de Maribel fue más que tranquila. Nada la alteraba fácilmente. Tanto era así que años atrás Javier la apodaba cariñosamente “Maribel la Fría”.
—¿Qué quieres decir?— preguntó ella desde la cocina—. ¿Que no fría los filetes?
—Eso lo decides tú— contestó Javier—. Si quieres, fríelos; si no, no. Yo me voy con otra mujer.
Ante una confesión así, muchas esposas habrían arremetido con una sartén o montado una escena dramática. Pero Maribel no era de esas.
—Menudo tontería— dijo con calma—. ¿Trajiste mis botas del reparador?
—No…— se aturdió Javier—. Si te parecen tan urgentes, voy ahora mismo a recogerlas.
—Ay, Javier— murmuró ella, sacudiendo la cabeza—. Eres igual que siempre. Mandas a un tonto por botas, y te trae las viejas.
Javier se sintió ofendido. La conversación sobre su separación no iba como imaginaba. ¿Dónde estaban los gritos, las lágrimas, los reproches? Pero, claro, ¿qué podía esperar de su esposa de carácter frío?
—Maribel, ¡creo que no me escuchas!— insistió—. Te estoy diciendo que me voy con otra, que te abandono, ¡y tú hablas de botas!
—Exacto— asintió ella—. Tú sí puedes irte a donde quieras. Tus botas no están en el reparador. ¿Por qué no caminas mejor?
Llevaban años juntos, y aún Javier no sabía cuándo Maribel bromeaba o hablaba en serio. En su momento, su temperamento equilibrado y su falta de dramas fueron lo que lo enamoró, junto con su habilidad en el hogar y sus curvas irresistibles.
Ella era confiable, fiel y fría como un ancla de acero. Pero ahora Javier amaba a otra. ¡La amaba ardientemente, con pasión ilícita y dulzura! Era hora de cortar por lo sano y partir hacia una vida nueva.
—Escucha, Maribel— dijo con tono solemne—. Te agradezco todo, pero me voy porque amo a otra mujer. A ti ya no.
—Vaya sorpresa— respondió ella sin inmutarse—. “¡No me ama!”, dice. Mi madre amaba al vecino. Mi padre amaba el dominó y el brandy. Y, mira, aun así salí bastante bien.
Discutir con Maribel era inútil. Cada palabra suya caía como un mazazo. Su entusiasmo inicial se evaporó y las ganas de pelear desaparecieron.
—Maribel, eres increíble— admitió Javier, derrotado—. Pero amo a otra. Con locura, con pecado, con dulzura. Y me voy con ella, ¿entiendes?
—¿Otra?— preguntó ella—. ¿Será Lucía Montañez?
Javier se quedó helado. Hacía un año tuvo un affaire con ella, pero nunca imaginó que Maribel la conociera.
—¿Cómo sabes de—?— comenzó, luego se detuvo—. Da igual. No, no es Lucía.
Maribel bostezó.
—Entonces, ¿quizás Ana Beltrán? ¿Te lanzaste a por ella?
La espalda de Javier se heló. Ana también había sido su amante, pero eso quedó en el pasado. ¿Y Maribel lo sabía? Claro, era imposible sonsacarle algo.
—No— negó—. Ni Lucía ni Ana. Es alguien más, una mujer maravillosa, la cima de mis sueños. No puedo vivir sin ella.
—Entonces es Maya— concluyó Maribel—. Ay, Javier… pedazo de iluso. Tu “cima de sueños” es Maya Valdés. Treinta y cinco años, un hijo, dos abortos… ¿me equivoco?
Javier se agarró la cabeza. ¡Le había dado en el clavo! Maya Valdés era precisamente su amante.
—¿Cómo?— balbuceó—. ¿Quién te lo dijo? ¿Me seguiste?
—Elemental, Javier— dijo ella—. Soy ginecóloga con años de experiencia. He revisado a casi todas las mujeres de la ciudad, mientras que tú solo conoces a unas pocas. Con solo un vistazo, sé dónde has estado, mentecato.
Javier respiró hondo, recuperando algo de dignidad.
—¡Bien, has adivinado!— dijo con firmeza—. Da igual. Me voy con ella.
—Qué ingenuo eres— murmuró Maribel—. Podrías haberme preguntado antes. Por cierto, no hay nada especial en Maya. Como médico, te digo que es totalmente normal. ¿Al menos viste su historial médico?
—N-no…— confesó.
—Claro. Primero, ve a la ducha. Mañana llamaré a Ramírez para que te revisen sin esperar cola— dijo Maribel—. Luego hablamos. ¡Qué vergüenza! El marido de una ginecóloga incapaz de encontrar una mujer sana.
—¿Y ahora qué hago?— se quejó Javier.
—Yo voy a freír los filetes— respondió ella—. Tú, lávate y haz lo que quieras. Si de verdad buscas a la mujer perfecta, sin problemas de salud, dime. Tengo buenas recomendaciones…