**Diario de un día inolvidable**
La habitación del hospital estaba en silencio. Un niño de cinco años, llamado Luis Gutiérrez, yacía sobre las sábanas blancas, con los ojos agotados y llenos de miedo. Los médicos habían dicho a sus padres, Isabel y Javier, que la operación era su última esperanza.
Las enfermeras lo preparaban para la anestesia cuando, de repente, el niño susurró con voz temblorosa:
—¿Puede venir Tobi conmigo?
—¿Quién es Tobi, cariño? —preguntó una de las enfermeras, sorprendida.
—Mi perro. Lo echo mucho de menos. Por favor… —Los labios del pequeño temblaban.
—Cielo, ya sabes que no se permite la entrada de mascotas en el hospital. Estás muy débil… —intentó explicar ella.
Luis giró la cabeza, y unas lágrimas asomaron en sus ojos:
—Pero… puede que no lo vuelva a ver nunca.
Esas palabras atravesaron el corazón de la enfermera. Tras un rápido intercambio de miradas con sus compañeras, asintió:
—De acuerdo. Solo un momento.
Una hora más tarde, sus padres entraron con Tobi, un perro mestizo de pelaje dorado. Al ver a su dueño, el animal corrió hacia la cama, saltó y se acurrucó junto a él. Por primera vez en semanas, Luis sonrió y lo abrazó con fuerza.
Médicos y enfermeras observaban la escena con los ojos brillantes: la lealtad entre un niño y su perro era más fuerte que el dolor.
De pronto, Tobi se puso rígido. Su pelo se erizó y, de un salto, bajó de la cama y se lanzó hacia un rincón de la habitación. Allí estaba el cirujano, el encargado de operar a Luis. El perro empezó a gruñir con tal furia que todos se sobresaltaron.
—¡Saquen a ese animal de aquí! —gritó el médico, retrocediendo.
Mientras intentaban calmar a Tobi, uno de los anestesistas frunció el ceño y, de repente, lo entendió todo. Había un olor penetrante… alcohol.
—Dios mío… —murmuró, mirando al cirujano—. ¿Estás ebrio?
Un silencio helado llenó la sala. Los padres palidecieron, las enfermeras se miraron aterrorizadas. Tobi seguía gruñendo, como si defendiera a su dueño.
Minutos después, se confirmó lo impensable: el cirujano había llegado borracho al turno. Lo suspendieron al instante y le retiraron la licencia.
La operación se pospuso. Luis quedó en manos de otro especialista y, días después, todo salió bien.
Todos repitieron después lo mismo: Tobi no era solo un perro leal, sino un ángel de la guarda. Sin él, el desastre habría sido inevitable.
**Lección del día:** A veces, los que menos esperamos nos protegen con más fuerza. Nunca subestimes el instinto de quien te quiere.