Un padre finge humildad para encontrar amor verdadero7 min de lectura

Vamos, Mateo, llegas tarde. Sebastián López corre por los pasillos de la casa grande buscando ropa vieja. Mateo, de 8 años, aparece con una camiseta rota. “Papá, ¿de verdad va a funcionar?” “Claro que sí, hijo. Hoy vamos a descubrir quién tiene buen corazón de verdad.” “Pero, ¿por qué no podemos ir con ropa normal?” “Porque cuando la gente nos ve bien vestidos, actúan distinto. Hoy veremos quién ayuda de corazón.”

Sebastián coge tierra del jardín y se mancha. Mateo se ríe mientras su padre les despeina el pelo a los dos. “Venga, ahora sí. Nadie nos reconocerá.” Cogen el coche más sencillo del garaje y se van a la Puerta del Sol. Sebastián elige un rinconcito en la acera cerca de la salida del metro. “¿Te acuerdas del plan? Tenemos hambre y no tenemos donde dormir.”

Las primeras personas pasan corriendo. Una mujer con tacones mira para otro lado. Un hombre con traje les tira una moneda sin parar. Pasa una hora. Mateo se desanima. “Papá, la gente es muy mala.” “No, hijo, es que todos van con prisas. Pero encontraremos a alguien especial.”

Pasa otra hora. Varias personas les tiran monedas sin mirar, otras hacen como que no los ven. Mateo ya está triste cuando una mujer se para frente a ellos. Es joven, de unos veintipico, con uniforme de limpieza azul y zapatillas gastadas. Su cara está cansada, pero sus ojos son dulces. “¿Tenéis hambre?”

Sebastián y Mateo se sorprenden. Es la primera persona que se para a hablar. La mujer se agacha hasta su altura, sin importarle que el pantalón se ensucie. “Esperad un momento.” Abre una bolsita gastada y cuenta monedas y billetes arrugados. “280 euros es todo lo que tengo para los próximos dos días.” Mira a Mateo con cariño. “Los niños no pueden pasar hambre.”

Mateo le susurra al oído a su padre: “Es igualita a mamá del cielo.” A Sebastián se le hace un nudo en la garganta. Esta mujer les ha dado todo su dinero a unos desconocidos. “Muchas gracias, señorita. ¿Cómo se llama?” “Esperanza. Esperanza García.” “¿Y vosotros?” “Soy Roberto y este es Mateo.”

Esperanza le sonríe al niño. “Hola, Mateo. ¿Cuántos años tienes?” “Ocho, tía Esperanza.” “Ay, qué niño más educado. Hay una panadería ahí en la esquina. Cómprale algo de comer a Mateo.” Se levanta arreglando la bolsa. “Y usted, señorita, ¿no va a comer?” Esperanza se encoge de hombros. “Yo me arreglo como pueda. Lo importante es que el niño no pase hambre. Tengo que volver al trabajo, si no mi jefa me mata. Pero cuando salga a las seis, vuelvo por aquí para ver si necesitáis algo más.”

Sebastián no lo puede creer. No solo les dio todo su dinero, sino que prometió volver. “Muchísimas gracias, doña Esperanza. Usted es un ángel.” “Ay, para nada. Solo hice lo que cualquiera haría. Uno ayuda cuando puede, ¿no?” Esperanza entra al edificio comercial despidiéndose con la mano.

Sebastián tira de Mateo. “Ven, tenemos que cambiarnos rápido.” En el coche se ponen ropa limpia. En cinco minutos están normales, sin rastro de suciedad. “Vamos a entrar donde trabaja. Quiero ver qué tipo de persona es cuando no está ayudando a mendigos.”

En la portería, Sebastián pregunta dónde está la empresa de limpieza. “Tercera planta, pero ahora están trabajando.” “Solo una pregunta rápida.” Arriba encuentran a Esperanza hablando con un guardia serio. “Por favor, don Antonio, no los eche. Eran un padre con su hijito. Pobrecitos. El niño es muy pequeño.”

“Esperanza, ya sabes que es orden de la administración. Los mendigos asustan a los clientes.” “Lo sé, pero cuando salga los ayudaré a encontrar donde dormir. Solo no los eche ahora. Y si los ve el administrador, pierdo mi trabajo.” “Yo me hago responsable. Si alguien reclama, digo que yo les di permiso.”

Sebastián y Mateo escuchan escondidos detrás de una columna. “Les diste dinero, ¿verdad?” “Sí. Todo lo que tenía para mi comida de dos días. Pero, ¿qué iba a hacer? El niño tenía cara de no haber comido en días.” “Esperanza, eres demasiado buena. Casi no tienes dinero ni para ti.” “Si uno no ayuda cuando puede, ¿quién lo hará?” El guardia suspira. “Está bien. Los dejo quedarse hasta que salgas, pero si alguien reclama, yo me encargo.” “Gracias, don Antonio. Usted tiene buen corazón.”

Esperanza vuelve al trabajo empujando un carrito de limpieza. Sebastián la observa limpiando cada mesa con cuidado, arreglando todo con respeto. Mateo tira de la manga de su padre. “Papá, ¿estás llorando?” Sebastián se pasa la mano por los ojos. “Es que ya la encontramos, hijo. A la persona que buscábamos.”

A las seis en punto, Esperanza sale del ascensor. Está más cansada, con el uniforme sudado y los pies doloridos. Aun así, para en la portería. “Don Antonio, ¿siguen ahí fuera?” “Sí. El padre mandó dar las gracias. Ya le compraron comida al niño.” “Qué bien. Pasaré por allí antes de irme a casa.”

Esperanza sale y busca a Sebastián y Mateo. No los encuentra donde estaban y se preocupa. Sebastián toma una decisión. “Mateo, ven. Vamos a hablar con ella.” Se acercan. Esperanza se da la vuelta sorprendida. “Caray, qué cambio. Ya estáis limpios y con ropa buena. ¿Os pudisteis lavar en algún sitio?” “Sí. Un conocido nos dejó usar su ducha.” Sebastián miente, sintiéndose fatal. “Qué bien. ¿Ya le comprasteis comida a Mateo?” “Sí. El niño comió bien.” Mateo mira confundido con tantas mentiras, pero se calla. “Me alegro mucho. ¿Y ahora tenéis donde dormir?” “Todavía andamos un poco perdidos. Soy de Valencia. Vine a buscar trabajo. Me llamo Roberto Vázquez. Soy comercial, pero llevo meses sin trabajo.”

Esperanza mueve la cabeza. “Está difícil. Y más con niño. ¿Tenéis algún sitio para hoy?” “La verdad es que no. Estábamos viendo si conseguíamos plaza en un albergue.” “Mira, no tengo mucho espacio en mi casa, pero hay un sofá en el salón. Si queréis, podéis quedaros hoy. Mañana ya veremos.” Sebastián se queda pasmado. Esta mujer les está ofreciendo su casa a unos desconocidos. “¿Está segura? No queremos molestar.” “Uno ayuda cuando puede. Y Mateo es muy educado, no dará guerra.” Mateo sonríe. “Tía Esperanza, es usted muy buena.” “Ay, qué mono. ¿Te gustan los dibujos, Mateo?” “Sí, sobre todo Spiderman.” “Qué guay. Tengo televisión de pago en casa. Puedes verlos mientras os hago la cena.”

Sebastián recuerda la promesa que le hizo a su esposa en el hospital hace dos años. “Isabel pálida en la cama, agarrando su mano. ‘Sebastián, prométeme una cosa. Encuentra una madre de verdad para Mateo. No una mujer que quiera nuestro dinero, sino una madre de corazón.’ ‘Te lo prometo, amor.'” El recuerdo pasa rápido. Sebastián mira a Esperanza hablando con Mateo de dibujos y siente que encontró lo que buscaba.

“Doña Esperanza, ¿está segura de que no molestaremos?” “Segurísima. Y ya no me llames ‘señora’, tengo 26 años.” “Perdón, Esperanza. Así está mejor.” “Vamos. Mi casa está lejos. Tomaremos el autobús.” En el trayecto, Sebastián observa a Esperanza saludar al conductor, ayudar a una anciana, jugEl autobús se detuvo frente a un modesto edificio en Vallecas, donde Esperanza los guió hacia su pequeño hogar lleno de amor que, sin saberlo, se convertiría en el nuevo comienzo para los tres.

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