El matón derrama café sobre el nuevo estudiante, sin saber que es campeón de taekwondo4 min de lectura

El comedor del instituto Cervantes en Madrid bullía de ruido mientras los estudiantes hacían cola para el desayuno. Entre ellos estaba Javier Méndez, un chico de dieciséis años recién llegado de Sevilla. Javier, alto y delgado, transmitía una confianza serena. Se había mudado con su tía después de que su madre aceptara un exigente trabajo de enfermera que la mantenía viajando por toda España. Aunque estaba acostumbrado a cambiarse de instituto, sabía que ser “el nuevo” solía atraer miradas indeseadas.

Javier tomó su bandeja, equilibrando un brick de leche y un pequeño bocadillo, cuando de repente una voz sonó desde el otro extremo del comedor.

“—Bueno, bueno, mira quién tenemos aquí… el recién llegado —dijo con sorna Álvaro Gutiérrez, un gamberro conocido por meterse con quien no encajaba en su idea de lo ‘guay'”. Flanqueado por dos amigos, Álvaro se acercó a Javier con una taza de café humeante en la mano.

Javier siguió caminando, eligiendo no responder. Pero Álvaro no era de los que aceptaban ser ignorados. Cuando Javier llegó a una mesa cercana, Álvaro se plantó frente a él, cortándole el paso.

“—¿Te crees que puedes entrar aquí como si fuera tu casa? Aquí las reglas las ponemos nosotros —se burló Álvaro, mientras sus amigos se reían a sus espaldas.”

Los ojos serenos de Javier se encontraron con los de Álvaro, pero no dijo nada. Ese silencio enfureció aún más a Álvaro. De pronto, en un acto de humillación, inclinó la taza y vertió el café caliente directamente sobre la camiseta de Javier.

Los murmullos se extendieron por el comedor. El líquido empapó la ropa de Javier, goteando al suelo. Algunos rieron nerviosos, otros cuchichearon, impactados.

“—Bienvenido al Cervantes, novato —dijo Álvaro con una sonrisa burlona, tirando la taza vacía al suelo.”

Javier apretó los puños, sintiendo el ardor en su pecho. Cada instinto le gritaba por responder, pero años de disciplina lo frenaron. Llevaba ocho años entrenando taekwondo, había conseguido el cinturón negro y hasta ganado campeonatos regionales. Su entrenador le había repetido una y otra vez: el taekwondo es para defenderse, nunca para intimidar o vengarse.

Respiró hondo, se limpió la camiseta y se alejó sin decir nada. Pero mientras salía del comedor, un pensamiento resonaba en su mente: Esto no ha terminado.

Lo que Javier no sabía era que ese incidente desencadenaría una serie de eventos que pondrían a prueba no solo su autocontrol, sino que revelarían su verdadero carácter ante todo el instituto.

Para la hora del recreo, la noticia del “incidente del café” ya había corrido por todos los pasillos. Los alumnos lo repetían en susurros, algunos admirando a Javier por no pelear, otros asumiendo que tenía miedo de enfrentarse a Álvaro.

Javier se sentó solo en una mesa del rincón, con los auriculares puestos, repasando la humillación en su mente. Odiaba las miradas, los murmullos, las risitas. Pero más que nada, odiaba que lo infravaloraran. No era débil, estaba entrenado. Y si Álvaro lo provocaba de nuevo, no estaba seguro de poder contenerse.

Esa tarde, la clase de educación física resultó ser un punto de inflexión. El profesor Martínez introdujo una nueva unidad sobre defensa personal, emparejando a los alumnos para practicar ejercicios. El destino unió a Javier con nada menos que Álvaro.

El gimnasio retumbaba con el crujir de las zapatillas mientras las parejas practicaban posturas básicas. Álvaro esbozó una sonrisa burlona y susurró, lo suficientemente alto para que Javier lo oyera:

“—Seguro que esto te encanta. Por fin puedes hacerte el duro, ¿eh?”

Javier lo ignoró al principio, siguiendo las instrucciones del profesor. Pero cuando Álvaro lo empujó innecesariamente fuerte durante un ejercicio, su paciencia empezó a agotarse.

“—¿Tienes algún problema? —preguntó Javier con calma.”

“—Tú —respondió Álvaro. —Te crees mejor que yo, ¿verdad? A ver si sigues tan tranquilo cuando te dé una paliza.”

El profesor Martínez, al notar la tensión, reunió a la clase.

“—Vamos a hacer combates controlados. Recuerden, esto es práctica. Respeten a su compañero.”

Cuando Javier y Álvaro subieron al tatami, el ambiente en el gimnasio cambió. Los estudiantes se agolparon alrededor, sintiendo la tormenta que se avecinaba. Álvaro seÁlvaro se lanzó con agresividad, pero Javier lo esquivó con elegancia, demostrando su habilidad y dominio, dejando claro que la verdadera fuerza no necesita violencia para imponerse.

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