**Diario de un hombre**
Hoy quiero contar una historia que me ha dejado sin palabras. Conocí a una mujer llamada Lucía Álvarez. Durante veintinueve años, dominó el arte de pasar desapercibida, incluso en su propia casa, donde las apariencias importaban más que la realidad. Su madre, Carmen, organizaba sus vidas como si fueran un escaparate, y su padre, Antonio, exigía perfección. Para ellos, la perfección tenía un solo nombre: Sofía.
Sofía era su hermana menor, la favorita. Sus travesuras eran graciosas; sus rabietas, entrañables. Cuando Lucía hacía lo mismo, era “demasiado”. Recuerdo que me contó su decimoquinto cumpleaños, viendo a Sofía soplar las velas de una tarta donde su nombre estaba mal escrito. Aprendió a ser la hija callada, la responsable, esperando que su esfuerzo le valiera una migaja del cariño que a Sofía le daban sin pensar. Nunca ocurrió. “Eres más fuerte que tu hermana”, le dijo una vez su padre. “Ella necesita más ayuda”. Era su excusa para abandonarla. Lucía se marchó a la universidad con una beca, sin una sola despedida.
Años después, era editora en una editorial, encontrando su voz en las palabras ajenas porque en casa aún no podía usarla. Dos semanas antes de la boda de Sofía, su mundo se vino abajo. Parada en un semáforo, un golpe brutal la lanzó contra el volante. El metal chirrió, el cristal estalló y todo se volvió oscuridad.
Despertó en un hospital, con el sonido monótono de un monitor. Dos piernas rotas, varias costillas fracturadas, una conmoción. El conductor que la chocó había huido. Durante cinco días, nadie de su familia apareció. Se repitió que estarían ocupados con la boda, que no lo sabían. Pero conocía la verdad. Nunca fue su prioridad.
Cuando llegaron, parecían listos para una reunión de negocios, no para visitar a una hija herida. Carmen llevaba una chaqueta de diseñador; la corbata de Antonio, impecable.
“Los médicos dicen que te darán el alta en dos semanas”, dijo él, sin saludar. “La boda de Sofía es en tres. Llegarás a tiempo”.
La miró, incrédula. “No estoy en condiciones de ir a una boda. Voy en silla de ruedas. Me duele todo”.
“Excusas”, cortó él. “Siempre usas el dolor para evadir responsabilidades”.
“Es el día más importante de tu hermana”, añadió Carmen, con frialdad. “Todos la mirarán a ella”.
El pecho de Lucía se oprimió. “¿Ni siquiera les importa que me atropellaran y me dejaran tirada?”
“¡Eres una exagerada!”, estalló Carmen. “¡Siempre todo gira en torno a ti! ¡Estábamos ocupados con la boda de Sofía! ¡Ya tiene suficiente estrés!”
Algo se rompió dentro de ella. De pronto, su madre agarró el monitor de presión y lo lanzó contra Lucía. El golpe le abrió la sien. La sangre resbaló por su mejilla. Una enfermera entró corriendo, seguida de seguridad.
“Me ha pegado”, susurró Lucía, aturdida.
En minutos, sus padres fueron esposados y arrestados por agresión. Por primera vez, no la ignoraban. La habían lastimado, y alguien, al fin, lo veía.
Al día siguiente, apareció un visitante inesperado: Javier. Crecieron juntos, el único que realmente la veía antes de que la vida los separara.
“Necesito tu ayuda”, le dijo, con voz ronca. “Quiero ir a la boda de Sofía. Tengo que decir la verdad”.
Él la miró, serio. “Ya iba a venir. Hay algo que debes saber sobre tu accidente. Pero no aún. Primero, hay que fortalecerte”.
El día de la boda, Javier la llevó en silla de ruedas al salón del hotel. Aunque magullada y débil, jamás se sintió más decidida. La ceremonia era un teatro de mentiras. Sofía, radiante, entró del brazo de un primo, sin explicar la ausencia de sus padres.
En el banquete, el presentador anunció: “Unas palabras de la hermana de la novia, Lucía”.
Javier la acercó al frente y le dio el micrófono. El silencio fue absoluto.
“Buenas noches”, empezó, temblorosa pero firme. “Soy Lucía, la hermana mayor de Sofía. Hace dos semanas, me atropellaron y el conductor huyó. Cuando mis padres vinieron al hospital, no preguntaron cómo estaba. Exigieron que viniera hoy. Al negarme, mi madre me golpeó. Por eso no están aquí. Fueron arrestados”.
Los murmullos estallaron. Miró a Sofía, pálida de horror. “Toda mi vida me enseñaron a hacerme pequeña para que tú brillaras. Hoy, no me achico”.
DevEntonces, Javier tomó el micrófono y reveló que el coche que la atropelló pertenecía a Sofía, dejando al descubierto una traición que nadie en esa sala olvidaría jamás.