El cruel engaño y la venganza inesperada de los hermanos1 min de lectura

La sangre resbalaba por la frente de Carmen López mientras se arrastraba por el suelo de mármol, sujetándose las costillas con fuerza.
El hombre que debía amarla —su marido, Javier— se alzaba sobre ella, blandiendo un bate de béisbol teñido de rojo.
—No vales nada —escupió él, con los ojos fríos como el acero—. Isabel merece más de lo que tú jamás podrías darle.
Isabel —su amante—, la mujer que le había convencido de que Carmen era un obstáculo en su vida.

Aquel día, la brutalidad de Javier traspasó todo límite. Carmen se había negado a firmar los papeles para traspasar la casa a su nombre, y en un arrebato de rabia, él descargó el bate sin pensarlo dos veces.
Los vecinos oyeron los gritos, pero nadie se atrevió a intervenir —Javier era un hombre poderoso en el pueblo, y todos le temían—.
Cuando todo terminó, Carmen yacía inconsciente, el cuerpo magullado, el alma hecha añicos.

Pero Javier cometió un error imperdonable: olvidó quién era realmente Carmen López.
Olvidó que sus tres hermanos —Antonio, Miguel y Fernando López— no eran simples hermanos protectores.
Eran los dueños de tres de las empresas más poderosas de España.

Cuando Antonio recibió la llamada del hospital, su voz se tornó gélida.
—¿Quién ha hecho esto a mi hermana? —preguntó a la enfermera.
En el instante en que ella murmuró el nombre, no hubo necesidad de más palabras.

En cuestión de horas, tres jets privados despegaron desde Madrid, Barcelona y Sevilla,
todos con rumbo al mismo destino: el pequeño pueblo donde Javier creía ser intocable.

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