El misterioso millonario y el oscuro secreto de su matrimonio3 min de lectura

**El Millonario Disfrazado de Taxista: Un Viaje hacia la Verdad**

La lluvia azotaba el parabrisas del viejo taxi amarillo mientras Adrián se ajustaba la gorra de conductor que había comprado esa misma mañana. Sus manos, acostumbradas a firmar contratos millonarios, ahora temblaban levemente sobre el volante gastado. Jamás imaginó que acabaría así: espiando a su propia esposa, disfrazado de taxista.

Adrián había construido un imperio hotelero desde cero. A sus 45 años, su nombre aparecía en las páginas de negocios de *El País* y su rostro era conocido en los círculos más exclusivos de Madrid. Pero esa mañana, en el asiento de un taxi prestado por su chófer de confianza, Javier, se sentía como el hombre más pobre del mundo.

Todo empezó una semana atrás, cuando encontró un mensaje en el móvil de Lucía: *”Nos vemos mañana a las 3, como siempre. Te quiero.”* Un número desconocido. Su esposa, la madre de sus hijos, la mujer que creía conocer, tenía un secreto.

Lucía era todo lo que Adrián había soñado: elegante, inteligente, con una sonrisa que iluminaba cualquier sala. Se conocieron cuando él apenas empezaba, y ella estuvo a su lado en los años difíciles. O eso creía. La idea del disfraz surgió cuando descartó contratar un detective. En su posición, cualquier filtración arruinaría no solo su matrimonio, sino su reputación.

—Señor Adrián —le dijo Javier—, si quiere la verdad sin que nadie más lo sepa, tiene que descubrirla usted. Un taxi, una gorra y gafas. Nadie lo reconocerá.

Al principio le pareció ridículo. Pero, ¿y si funcionaba? Lucía jamás sospecharía que su marido millonario conduciría un taxi por las calles de Barcelona.

Tres días de “entrenamiento” con Javier: el taxímetro, las rutas habituales, cómo tratar a los clientes. Adrián se sorprendió al descubrir lo poco que conocía la ciudad desde fuera de su Mercedes blindado.

El cuarto día, se apostó cerca del lujoso centro comercial donde Lucía solía ir. Gafas oscuras, gorra y una camisa de cuadros que compró en el *Corte Inglés*. La barba de varios días completaba el disfraz. Esperó horas, el corazón acelerado cada vez que una silueta femenina se le parecía. Nada.

Al segundo día, casi abandona. ¿Y si había malinterpretado el mensaje? Pero recordó las llamadas que cortaba al entrar él, sus salidas repentinas, cómo se arreglaba hasta para ir al supermercado.

El tercer día, la vio. Lucía salió con bolsas de compras, pero miraba alrededor con nerviosismo. Adrián arrancó y se detuvo frente a ella.

—¿A dónde la llevo? —preguntó, forzando un acento andaluz.

—Calle Verdi, número 12 —respondió ella, sin mirarlo.

Un barrio humilde, nada que ver con su urbanización en Pedralbes. Mientras conducía, la observó por el retrovisor: un vestido que no reconocía, joyas distintas, esa ansiedad en sus ojos verdes.

—¿Viene a menudo por aquí? —preguntó Adrián, intentando sonar casual.

—Sí. Voy a ver a alguien… importante. Alguien que mi marido no conoce —sus palabras le atravesaron el pecho.

—¿Y su marido…?

—Si lo supiera, se derrumbaría —susurró ella, mirando por la ventana.

Adrián apretó el volante. ¿Cuánto llevaba ocultándolo?

Al llegar, Lucía le pagó con un billete de 50 euros. —GraPero cuando la puerta se abrió, descubrió que el “amante” de Lucía era su madre enferma y su hermano pequeño, a quienes ayudaba en secreto desde hacía años, porque él siempre había despreciado sus humildes raíces.

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