El soldado golpeaba su asiento, y al volverse, ella vio algo que casi la hace desmayar2 min de lectura

El soldado golpeaba sin cesar el respaldo de su asiento, hasta que ella, exasperada, se giró y se encontró con alguien que la dejó tan impactada que casi se desmaya.

El avión ascendía lentamente hacia el cielo, y los pasajeros se acomodaban para el viaje. Pero de pronto, una mujer sintió una inquietud creciente.

Algo la perturbaba: un ruido constante, un incesante golpeteo contra su asiento. No era un movimiento casual, sino un repetitivo tamborileo. Frunciendo el ceño, se volvió, molesta, y descubrió a un soldado cuya pierna se movía sin parar, impactando una y otra vez contra el respaldo.

Al principio, pensó que sería un simple descuido. Pero los golpes no cesaban. Su irritación aumentaba, y notaba las miradas curiosas de otros pasajeros. ¿Cómo podía un militar ser tan negligente, sobre todo con una mujer embarazada?

Finalmente, sin volverse, espetó con brusquedad:

—¿Le importaría dejar de zarandear mi asiento?

El soldado levantó la vista, y por primera vez sus miradas se cruzaron. Una sonrisa tímida asomó a sus labios.

Un silencio pesado se instaló entre ellos. La ira de la mujer se tornó en confusión… y luego en absoluto asombro. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Tú… —susurró con voz trémula, el rostro desencajado—.

Él la observó un instante, con esa sonrisa tranquila que solo ella conocía. Ella se quedó paralizada, los ojos desorbitados, sin poder articular palabra. El corazón le latía a mil por hora. —Tú… —repitió, la voz quebrada por la emoción.

Era él. Su marido, al que había dado por muerto en combate, desaparecido sin dejar rastro. Y sin embargo, allí estaba, vivo, respirando, con ese porte militar que solo él podía tener. Su mente daba vueltas, incapaz de asimilarlo.

—Perdón por asustarte —dijo al fin, con voz serena pero cargada de sentimiento—. No podía avisarte antes. Volví, pero era una misión encubierta… para protegeros.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Se levantó de un salto, temblorosa, y se arrojó en sus brazos, abrazándolo como si temiera que se esfumara de nuevo. Los demás pasajeros quedaron inmóviles, mudos testigos de aquel instante profundamente conmovedor.

—Pensé que habías muerto —murmuró contra su hombro, la voz ahogada por el llanto.

Él la estrechó con más fuerza, como queriendo demostrarle que estaba allí, con ella, para siempre.

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