La Cajera Descubre que Hereda un Negocio Millonario en un Testamento Inesperado

**21 de octubre, 2023**

Hoy ocurrió algo que nunca olvidaré. Todo comenzó con una carta inusual, la llave que abrió un secreto guardado durante años y trajo consigo una riqueza inesperada.

Gregorio cerró con llave la pequeña tienda de barrio donde había trabajado como cajero los últimos veinte años. Su abrigo, viejo y fino, no lograba protegerlo del frío mientras caminaba a casa, pero aun así sonreía. Había sido otro buen día de trabajo.

Su esposa nunca entendió cómo encontraba satisfacción en lo que ella llamaba un “trabajo sin futuro”. Lo dejó porque creía que le faltaba ambición, pero al menos aún tenía a su hija.

Lucía estaba en el recibidor del edificio donde vivían cuando Gregorio entró. Acababa de empezar a trabajar también como cajera y aún llevaba el uniforme. En una mano, sostenía una carta.

—¿Qué es eso, Lucía? —preguntó Gregorio al acercarse.
Ella levantó la vista, sobresaltada. —Dímelo tú, papá. Tengo miedo de abrirla.

Gregorio frunció el ceño y tomó la carta. El nombre de un bufete de abogados figuraba en el sobre.

—¿Por qué me contactaría un abogado?
Gregorio se encogió de hombros, abrió el sobre y leyó los documentos. Al instante, su rostro palideció y sus manos comenzaron a temblar.

—¿Es malo? —preguntó Lucía.
—Es… increíble. Según esto, alguien te ha dejado en herencia tres restaurantes valorados en casi tres millones de euros.

—¡¿Qué?! —Lucía arrebató la carta. —Tiene que ser una estafa.

—Hay una forma sencilla de comprobarlo —dijo Gregorio, señalando el número del abogado.

Al día siguiente, acudieron juntos al bufete.

—Debe de haber un error —insistió Lucía—. No conozco a nadie que me dejaría esto.

El abogado negó con la cabeza. —No hay error, señorita. Mi cliente, Mateo Márquez, fue muy claro en sus instrucciones.

Gregorio sintió como si le hubieran dado una descarga. —Repita ese nombre, por favor.
—Mateo Márquez.

Entonces, todo cobró sentido. Gregorio bajó la cabeza y rompió a llorar.

**Unos meses atrás…**

Mateo temblaba de nervios mientras se acercaba al cajero. Dejó un paquete de chicles y miró al hombre que lo atendía. La placa en su pecho decía “Gregorio”. Era él.

—¿Se encuentra bien, señor?
—Sí —murmuró Mateo, entregándole un billete de cinco euros—. Pero necesito hablar con usted. Es sobre Lucía.

Gregorio alzó la vista bruscamente. —¿Le ha pasado algo?
Mateo negó con la cabeza. —¿Tiene un momento?

Quedaron en un bar cercano durante la pausa de Gregorio. Mientras esperaba, Mateo repasó las revelaciones que lo habían llevado hasta allí.

Días antes, confesó a su amigo Jerónimo su enfermedad terminal y su pesar por no tener herederos para su negocio. Entonces, Jerónimo le soltó una bomba: tenía una hija que no conocía. Su exnovia murió en el parto, y la niña fue dada en adopción.

Mateo contrató a un detective para encontrarla. Y ahora, por fin, estaba frente a Gregorio, el hombre que la había criado.

—¿Sabe Lucía que es adoptada? —preguntó Mateo.
—No, y no puede decírselo —rogó Gregorio—. Mi esposa me abandonó hace meses, y no soportaría perderla a ella también.

Mateo se debatió entre el deseo de conocer a su hija y el temor de arruinar su vida. Solo le quedaban unos meses de vida.

—¿Cómo es ella? ¿Es buena persona?
Gregorio sonrió. —Es maravillosa. Trata a todos por igual.

Mateo asintió. Entonces, tuvo una idea.

Al día siguiente, se disfrazó de mendigo y fue a la tienda donde Lucía trabajaba. Llevó unos alimentos básicos a su caja.

—Lo siento, señorita —dijo al ver el total—. Solo tengo diez euros.
—No se preocupe —respondió Lucía con una sonrisa—. Yo pago el resto.

Una semana después, Mateo volvió, esta vez impecablemente vestido. Tomó los productos más caros y se dirigió a Lucía.

—¡Apártese! —gritó, empujando a los demás—. ¡Tengo prisa!

—Entonces tendrá que esperar —dijo Lucía con firmeza, atendiendo a la señora detrás de él—. Aquí no hay privilegios.

Mateo no pudo evitar sonreír. —Me alegra oír eso. —Tomó un ramo de claveles amarillos y lo dejó sobre el mostrador—. Esto es para ti, Lucía. Me llamo Mateo, y solo quería comprobar si eras tan buena persona como dicen.

—Hazme un favor: recuerda mi nombre cuando veas estos claveles.

**Hoy…**

—Mateo era tu padre biológico, Lucía —confesó Gregorio—. Eres adoptada.
—¿Por qué no me lo dijiste?

—Temía que te marcharas como tu madre. No podría soportarlo.

Lucía lo abrazó. —Nunca lo haría, papá.

El abogado aclaró la garganta. —Como decía, mi cliente le dejó en herencia sus tres restaurantes, valorados en más de un millón de euros cada uno.

También tenía un último deseo. —Salió y regresó con un ramo de claveles amarillos—. Para usted, señorita.

Lucía lo sostuvo con cuidado. —Ahora lo entiendo. —Miró a Gregorio—. Vino a mi tienda y me pidió que recordara su nombre.

Gregorio le apretó el hombro. —Estoy seguro de que se sintió orgulloso de ti, y lo seguirá siendo desde el cielo.

**¿Qué aprendí hoy?**

Trata a todos con igualdad, y la vida te sorprenderá. Mateo solo quiso asegurarse de que su hija era digna de su legado.

Y, sobre todo, la felicidad no está en el dinero, sino en la sencillez. Gregorio y Lucía eran felices con su vida humilde, pero honesta. Eso es lo que realmente importa.

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