La criada humillada que ocultaba un sorprendente secreto.

**Diario de Lucía Mendoza**

**Capítulo 1: Los Pasillos de la Mansión Valderrama**

Cada mañana, a las seis en punto, recorría los imponentes pasillos de la mansión Valderrama con el cabello recogido bajo una cofia blanca y el uniforme negro impecable. Me movía en silencio, puliendo candelabros, limpiando los suelos de mármol y quitando el polvo de los retratos de aristócratas que me observaban desde lo alto, como si yo no perteneciera allí.

Para los invitados—y hasta para algunos residentes—yo era invisible. Solo una criada, destinada a recoger su desorden. Pero nadie sabía—lo que guardé en secreto más de un año—que Lucía Mendoza no era solo una empleada. Era la verdadera dueña de la mansión Valderrama.

La propiedad había sido de mi difunto esposo, Javier Valderrama, un hombre solitario y millonario cuya muerte repentina por un infarto sorprendió a la alta sociedad. En su testamento, lo dejó todo a mí—su esposa de apenas dos años, a quien muchos consideraban un capricho pasajero, un escándalo.

Para protegerme—y proteger la mansión—de parientes codiciosos y socios traicioneros, mantuve la herencia en secreto mientras se resolvían los trámites legales. Y mientras tanto, me quedé donde nadie sospecharía encontrarme: entre el servicio.

**Capítulo 2: La Burla de los Invitados**

—Uf, ¿todavía está aquí? —se rió Claudia, sus tacones repiqueteando al entrar al vestíbulo—. Juro que cada día trabaja más lenta.

Bajé la mirada y pasé la mopa suavemente sobre el suelo.

—Huele a lejía y jabón de lavandería —comentó Sara con sarcasmo—. ¿No sabe que esto es una mansión, no un baño público?

Las tres rieron: Claudia, Sara y Marta. Tres niñas mimadas que vivían en la propiedad desde la muerte de Javier, fingiendo tener derecho a estar allí, esperando arrebatar un trozo de la fortuna.

Y luego estaba Álvaro—alto, arrogante, siempre en traje impecable. Sobrino lejano de Javier, se creía el heredero legítimo.

—Pronto vaciaremos este lugar —susurró una vez a Marta, sin verme en la habitación contigua.

Nunca respondí a sus burlas. No lo necesitaba. Cada insulto, cada comentario hiriente, solo me hacía más fuerte. Porque no tenían idea de a quién estaban humillando.

**Capítulo 3: La Gala Anual de Caridad**

Todo cambió en la gala anual de los Valderrama. La mansión brillaba con invitados importantes: políticos, celebridades, herederos de familias ilustres. El servicio, elegantemente vestido, servía copas de champán y arreglos florales.

Yo, como siempre, llevaba mi uniforme, coordinando en segundo plano con discreción.

Hasta que Álvaro decidió convertirme en el centro de las risas. En medio del salón, rodeado de curiosos, me señaló:

—Tienes una mancha aquí —dijo burlón, señalando un suelo perfectamente limpio. Los invitados rieron.

Asentí educadamente y me incliné para limpiar.

—Quizá deberíamos cobrar entrada para verla fregar —añadió—. ¡Entretenimiento en vivo!

Claudia aplaudió.

—¡De invisible a casi visible!

Las carcajadas resonaron en el vestíbulo.

Lentamente, me enderecé.

—Basta —dij—Basta —dije con voz serena, mientras me quitaba el delantal y lo dejaba cuidadosamente sobre la mesa, sabiendo que, al fin, había llegado el momento de reclamar lo que era mío.

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