La humilde sirvienta que escondía un sorprendente secreto.

Cada mañana, a las seis en punto, Lucía recorría los majestuosos pasillos de la mansión De la Vega, con su cabello recogido bajo una cofia blanca y su uniforme negro impecablemente planchado. Se movía en silencio y con meticulosidad, limpiando candelabros, fregando los suelos de mármol y quitando el polvo de los retratos de aristócratas fallecidos hace siglos, que la observaban desde arriba como si no mereciera estar allí.

Para los invitados —incluso para algunos residentes habituales— Lucía era invisible. Solo una criada, una más entre las que limpiaban sus desórdenes. Pero lo que nadie sabía —lo que había guardado en secreto durante más de un año— era que Lucía Mendoza no era simplemente una empleada. Era la verdadera dueña de la mansión De la Vega.

La propiedad había pertenecido a su difunto esposo, Álvaro De la Vega, un hombre solitario y acaudalado cuya repentina muerte por un infarto había conmocionado a la alta sociedad. En su testamento, había legado todo a Lucía —su esposa durante apenas dos años, a quien muchos consideraban un capricho, una aventura pasajera, un escándalo.

Para protegerse —y proteger la mansión— de familiares codiciosos y socios sin escrúpulos, Lucía mantuvo la herencia en secreto mientras se resolvían los trámites legales. Mientras tanto, permaneció en el único lugar donde nadie sospecharía buscarla: entre el servicio.

**Capítulo 2: Las Burlas de los Invitados**
—Dios mío, ¿aún sigue aquí? —se burló Claudia, sus tacones repiqueteando en el suelo al entrar en el recibidor—. Juro que cada día trabaja más lento.

Lucía agachó la cabeza y pasó suavemente la fregona por el suelo.

—Huele a lejía y jabón de mala calidad —comentó Sofía con sorna—. ¿No sabe que esto es una mansión y no una fonda?

Las chicas rieron —Claudia, Sofía y Valeria. Tres jóvenes presumidas que llevaban viviendo en la propiedad desde la muerte de Álvaro, comportándose como si fueran las dueñas y esperando hacerse con un trozo de la fortuna.

Y luego estaba Javier —alto, arrogante, siempre vestido con trajes impecables, con la mirada fija en su objetivo. Era un primo lejano de Álvaro y se creía el heredero legítimo.

—Pronto nos desharemos de esta casa —susurró una vez a Valeria, sin darse cuenta de que Lucía estaba en la habitación de al lado.

Lucía nunca respondía a sus burlas. No necesitaba hacerlo. Cada insulto, cada comentario sarcástico solo la fortalecía. Porque no tenían ni idea de a quién estaban despreciando.

**Capítulo 3: La Gala Benéfica Anual**
Todo cambió en la gala benéfica anual de los De la Vega. La mansión bullía de actividad. Políticos, celebridades y herederos de antiguas fortunas desfilaban por el recibidor, rodeados de lujo y ostentación. El personal —elegantemente vestido— se afanaba en servir copas de cava y arreglos florales.

Lucía, como siempre, llevaba su uniforme, permanecía en segundo plano y organizaba al personal con discreción.

Hasta que Javier decidió convertirla en el hazmerreír de la noche. En medio del salón de baile, frente a todos, hizo un gesto llamándola.

—Tienes una mancha ahí —dijo con tono burlón, señalando un punto perfectamente limpio del suelo. Los invitados soltaron risas.

Lucía asintió con educación y se agachó para limpiar.

Javier sonrió con superioridad.

—Quizá deberíamos cobrar entrada por verla fregar. ¿Qué os parece? ¡Espectáculo en vivo!

Claudia aplaudió.

—¡Dale un ascenso! De invisible a casi visible.

Las carcajadas resonaron en el vestíbulo.

Poco a poco, Lucía se irguió.

—Basta —dijo en voz baja pero firme.

Javier parpadeó.

—¿Qué has dicho?

Lucía se quitó el delantal, lo dobló con cuidado y lo dejó sobre una mesa.

—He aguantado tu soberbia demasiado tiempo —continuó—. Me insultas, te burlas de mí, hablas como si fueras el dueño de esta casa. Pero no lo eres.

El salón quedó en silencio.

—Estás despedido, Javier —dijo, clavándole la mirada.

Valeria soltó una risa nerviosa.

—No puedes despedir a nadie, si solo eres una—

—Soy Lucía De la Vega —declaró, y su voz retumbó en la estancia—. La legítima heredera y dueña de esta mansión.

Un murmullo recorrió a los presentes.

La mandíbula de Javier se desencajó.

—Eso… es imposible. Álvaro nunca habría—

Lucía sacó un documento doblado de su bolsillo y se lo entregó al invitado más cercano —que resultó ser un abogado.

El hombre lo revisó rápidamente y levantó las cejas.

—Es auténtico. Álvaro legó toda la propiedad, incluyendo todos los bienes, a su esposa Lucía.

El rostro de Javier palideció.

Con un gesto de Lucía, los guardias de seguridad entraron.

—Por favor, acompañen a él y a sus amigas fuera de la propiedad.

—¡Nos has engañado! —gritó Sofía, con la voz temblorosa.

—No —respondió Lucía con calma—. Solo permití que mostraran su verdadero carácter.

**Capítulo 4: La Soledad de la Heredera**
Esa noche, cuando las luces se apagaron y el último invitado se marchó, Lucía se quedó sola en el gran salón de baile—ya no como la criada invisible. Sino como la mujer que lo poseía todo.

Pero la batalla no había terminado. Javier no se rendiría tan fácilmente.

Y Lucía lo sabía: esto solo era el principio.

**Capítulo 5: La Resistencia de Javier**
Al día siguiente, Lucía se despertó con la determinación de enfrentar lo que viniera. Sabía que Javier intentaría arrebatarle lo que creía suyo. Mientras preparaba su desayuno, llamaron a la puerta. Era uno de los abogados de la familia De la Vega.

—Señora De la Vega, necesitamos hablar —dijo el hombre con seriedad.

Lucía lo condujo al salón, donde el aroma a café recién hecho llenaba el aire.

—Javier ha estado hablando con algunos inversores —continuó el abogado—. Intenta convencerlos de que usted no tiene derechos sobre la mansión.

Lucía frunció el ceño. Sabía que Javier tenía influencia y que usaría todas sus conexiones para minar su posición.

—No puedo permitirlo. Debo proteger mi hogar.

El abogado asintió.

—Podemos presentar una demanda para reafirmar sus derechos, pero necesitamos pruebas contundentes.

Lucía reflexionó. Había algo que podía hacer.

**Capítulo 6: La Estrategia de Lucía**
Lucía decidió investigar el pasado de Javier. Si había algo que pudiera usar en su contra, lo encontraría. Pasó días revisando documentos, hablando con antiguos empleados y buscando cualquier indicio.

Una tarde, mientras rebuscaba en el archivo de la mansión, encontró una caja con viejas cartas y fotografías. Al hojearlas, descubrió que muchas eran de Álvaro, mencionando el comportamiento irresponsable de Javier.

Lucía sonrió. Tenía su arma. Si podía demostrar que Javier no era digno de confianza, debilitaría su posición.

**Capítulo 7: La Confrontación**
Con las cartas en mano, Lucía citó a los inversores. Sabía que dudaban de ella, y necesitaba convencerlos.

En la reunión, Javier llegó con su arrogancia habitual, pero Lucía estaba preparada. Presentó las cartas de Álvaro y dejó al descubiertoFinalmente, con Javier fuera de su vida para siempre, Lucía respiró hondo y miró hacia el futuro, sabiendo que la mansión De la Vega era no solo su hogar, sino también el símbolo de su victoria.

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