Rodrigo Mendoza extendió un fajo de billetes hacia la joven sin hogar que se refugiaba bajo el alero de su edificio en plena tormenta. “Te daré diez mil euros si aceptas casarte conmigo durante treinta días”, le propuso, el agua goteando de su traje italiano caro.
Paloma Rivera levantó la vista, sus ojos verdes brillando con cautela. Había aprendido a leer a la gente desde que terminó en las calles, y este hombre desprendía una desesperación que casi igualaba la suya. “Disculpe”, dijo con voz ronca por el frío.
Rodrigo sacó la cartera, sus manos temblando levemente. “No es lo que parece. Tengo seis meses para casarme o pierdo la herencia familiar. Es puro negocio.”
Paloma se irguió, ignorando el dinero. Incluso empapada y desesperada, irradiaba dignidad. “¿Por qué yo? Seguro tienes novias o candidatas más adecuadas.”
Rodrigo soltó una risa amarga. Hacía tres horas había pillado a su prometida, Fernanda, en la cama con su mejor amigo, Lucas Herrera. “Mi prometida me engañó, y las mujeres de mi círculo quieren algo permanente. Yo solo necesito cumplir el testamento.”
Paloma guardó silencio, la lluvia repiqueteando alrededor. Finalmente, la vulnerabilidad reemplazó la desconfianza en su rostro. “Mi hermano menor necesita una operación de corazón. Sin ella, no llegará a los dieciocho.”
Rodrigo sintió el golpe. Entendió entonces por qué esta mujer estaba en la calle: no por drogas o malas decisiones, sino por amor. “¿Cuánto cuesta la cirugía?”
“Doscientos mil euros. Estamos en listas de espera, pero el tiempo se acaba.”
Rodrigo guardó el dinero y se enderezó. “Te propongo algo: doscientos mil ahora, más diez mil al mes durante seis meses. A cambio, eres mi esposa legal. Luego, divorcio limpio.”
“¿Garantías?”
“Contrato legal con abogados independientes. El dinero en una cuenta fideicomiso antes de la boda. Si no cumplo, te quedas con todo.”
Paloma lo estudió. “Tengo condiciones: Miguel recibe atención en el mejor hospital. Respetas mis límites. Y cuando termine, consigues un trabajo digno para mí.”
Rodrigo asintió. Esperaba encontrarse con una mujer desesperada, pero frente a él había una negociadora sagaz. “Trato hecho.”
Al estrechar su mano, notó su firmeza, la inteligencia en sus ojos. Ninguno imaginaba entonces cuánto cambiarían sus vidas en los meses siguientes.
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Dos días después, Paloma estaba en un bufete de lujo revisando un contrato matrimonial de veintisiete páginas. “No firmes nada hasta que lo revise”, le susurró su abogada, Esperanza Vázquez, especialista en familia que trabajaba *pro bono*.
“¿Cómo conseguiste a la mejor abogada de la ciudad?” le preguntó Paloma a Carmen Torres, la asistente de Rodrigo que la había recibido con café y pasteles esa mañana.
Carmen sonrió. “Esperanza y yo fuimos compañeras en la universidad. Y… Rodrigo financia algunas de sus causas.”
Paloma arqueó una ceja. “¿Y por qué me ayudas?”
Carmen bajó la voz. “Hace quince años, yo también estuve desesperada. Alguien me dio una oportunidad. Ahora es mi turno.”
Rodrigo, observando desde el otro lado de la mesa, llevaba un traje que costaba más que todo lo que Paloma había tenido. Pero bajo esa fachada impecable, detectó nerviosismo.
Al firmar, Paloma sintió que cruzaba una línea invisible.
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La ceremonia civil duró dieciocho minutos. Paloma llevaba un vestido azul marino elegido por Carmen, Rodrigo un traje gris perla. El beso fue breve, apenas un roce de labios, pero cuando sus miradas se encontraron, hubo un destello de respeto genuino.
Tres horas después, estaban en el consultorio del Dr. Alberto Morales, el mejor cardiólogo pediátrico de Madrid.
“La buena noticia”, dijo el doctor, señalando las imágenes, “es que la operación es factible. Con cirugía, Miguel podrá llevar una vida normal.”
Paloma sintió que las piernas le flaqueaban de alivio.
“¿Cuándo puede ser?” preguntó Rodrigo.
“La próxima semana.”
Miguel, de dieciséis años, preguntó tímidamente: “¿Podré terminar el instituto?”
El doctor sonrió. “Tendrás más energía que en años.”
Al salir, Miguel caminó entre ellos, más ligero. “Gracias”, le dijo a Rodrigo. “Por darme la oportunidad de vivir.”
Rodrigo le apretó el hombro. “Céntrate en recuperarte.”
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La cena en la mansión de Doña Elena fue un desastre predecible. La matriarca de los Mendoza, con su postura imperiosa, evaluó a Paloma como si fuera una intrusa.
“Así que tú eres la chica que se casó con mi nieto”, dijo, sin disimular el desdén.
Rodrigo intervino: “Abuela, Paloma es mi esposa. Merece respeto.”
“El respeto se gana”, replicó Doña Elena, aunque Paloma captó un destello de algo en su mirada: ¿sorpresa? ¿Aprobación?
Durante la cena, mientras Rodrigo atendía una llamada, Paloma escuchó una conversación que lo cambiaría todo.
“No entiendo por qué sigues haciendo negocios con Lucas después de lo de Fernanda”, decía una voz.
“Los negocios son negocios”, respondía otra. “Además, Lucas es brillante eliminando competencia. ¿Recuerdas lo de Rivera Construcciones? Maniobra impecable.”
Paloma se quedó helada. *Rivera Construcciones*. Su familia.
La voz continuó: “Fue cruel arruinarlos completamente.”
“Así es este mundo. Lucas simplemente aceleró lo inevitable.”
Paloma apretó la copa de agua. Lucas Herrera, el amante de Fernanda, había destruido a su familia. ¿Y ahora? Estaba casada con alguien de su mismo círculo. ¿Sabría Rodrigo la verdad?
Cuando él regresó, encontró a Paloma pálida.
“¿Estás bien?”
“Estoy bien”, mintió. Pero una decisión se formaba en su mente: descubriría la verdad, sin importar qué.
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Weeks later, while reviewing blueprints for Rodrigo’s new hotel, Paloma’s architectural expertise shone. She spotted critical errors, proposing solutions that impressed even the engineers.
Rodrigo watched her work—the cautious woman he’d met was gone, replaced by a confident professional.
Their teamwork felt natural, until Fernanda appeared, oozing fake sweetness.
“Rodrigo, *cariño*”, simpered Fernanda, ignoring Paloma. “We need to talk about *us*.”
Carmen stepped in sharply. “Fernanda, this is Paloma, Rodrigo’s *wife*.”
Fernanda’s smile turned venomous. “Oh, the *temporary* arrangement.”
Paloma held her ground. “It’s a marriage.”
After Fernanda left, tension lingered. But Rodrigo surprised himself—he was more intrigued by Paloma’s resilience than bitter over his ex.
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The climax came at a charity gala, where Lucas publicly tried to humiliate them during an auction. When he aggressively bid against Rodrigo for a luxury vacation, Paloma intervened smoothly:
“*Cariño*, wouldn’t you rather donate that money to pediatric heart surgeries? After all we’ve been through with Miguel…”
The crowd erupted in applause. Lucas was defeated—publicly outmaneuvered.
Later, dancing, Rodrigo pulled her close. “This wasn’t part of the plan,” he murmured.
“What wasn’t?”
“*Caring* this much.”
Their kiss, deep and undeniable, sealed a truth neither could ignore: this was no longer pretend.
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But Paloma’s discovery in Rodrigo’s office shattered everything. Files labeled *Proyecto Bahía Azul*—her family’s last, doomed project—were signed by Lucas *days* before their ruin.
When confronted, Rodrigo was blindsided. “You knew who I was from the start?”
“It’s not what you think—”
Lucas, ever the puppeteer, twisted the truth:Con el amor más fuerte que cualquier traición y la justicia finalmente servida, Rodrigo y Paloma renovaron sus votos bajo el sol de Madrid, jurando construir juntos un futuro donde ninguna tormenta, ni siquiera las del pasado, pudiera derribar lo que el destino había unido.