Tras 15 años de matrimonio, su divorcio se convirtió en su peor pesadilla

Lápiz labial rojo sangre sobre el algodón inmaculado. Así terminó mi matrimonio. No con gritos ni estruendo, sino con el horror silencioso del descubrimiento mientras permanecía paralizada en nuestro vestidor, la camisa de mi esposo Guillermo colgando entre mis dedos temblorosos. Era martes, 9:17 de la mañana. Aquella mancha no era médica; ningún cirujano llevaría ese tono carmesí al quirófano.

Durante quince años, había vivido una vida envidiada en nuestro exclusivo barrio de La Moraleja. El doctor Guillermo Álvarez, prestigioso cardiocirujano, y yo, Lucía, su esposa entregada y madre de nuestros tres hijos. Nuestra casa estilo colonial, con su jardín impecable y su valla blanca, parecía el decorado perfecto de una vida de ensueño. “Lucía lo hace todo posible”, decía él en las galas benéficas del hospital, rodeándome la cintura. “Sin ella, no podría hacer lo que hago”.

En retrospectiva, las señales estaban ahí. Las noches tardías que atribuía a la falta de personal. Los partidos de golf cada vez más frecuentes. Las conversaciones reducidas a logística y obligaciones sociales. La distancia física, que justificaba con su reciente ascenso a Jefe de Cirugía Cardiaca. Yo le creía. Para eso estaban las mujeres inseguras, no para Lucía Álvarez, la esposa perfecta.

Mi ilusión se desvaneció la víspera de nuestro decimoquinto aniversario. Cogí su móvil para sincronizar nuestros calendarios y preparar una sorpresa: un viaje a La Rioja. Un mensaje de la Dra. Rebeca Herrera brilló en la pantalla: *Anoche fue increíble. No puedo esperar a sentirte dentro de mí otra vez. ¿Cuándo la dejas?*

El hilo se remontaba ocho meses atrás. Fotos íntimas, chistes crueles a mi costa. *Está planeando una sorpresa de aniversario*, escribió Guillermo. *Pobre, todavía cree que hay algo que celebrar*.

Esa noche, le planté cara. *¿Estás acostándote con Rebeca Herrera?*

Guillermo ni siquiera parpadeó. *Sí*.

*¿Desde cuándo?*

*¿Importa?* Su mirada era gélida, desconocida. *Quiero el divorcio, Lucía. He superado esta vida. He superado lo nuestro*. Señaló nuestro dormitorio como si fuera una cárcel. *Yo salvo vidas a diario. ¿Y tú, Lucía? ¿Haces galletas para el colegio? ¿Organizas mis calcetines?*

Sus palabras fueron golpes físicos. Había dejado mi carrera como docente por apoyar sus sueños. Había llevado la casa y los niños para que él ascendiera.

*No te preocupes por el dinero*, continuó, como si hablara de una transacción. *Los niños se adaptarán*.

A la mañana siguiente, se había ido antes del amanecer. Sobre la encimera dejó la tarjeta de su abogado. La vida perfecta que creía haber construido era un espejismo. Pero el lápiz labial y el engaño solo eran grietas visibles de una mentira mucho más profunda.

Mi abogada fue clara: *documenta todo, especialmente lo económico*. Esa noche, abrí nuestra caja fuerte y encontré las irregularidades. Retiros mensuales—5.000€, 7.500€, a veces 10.000€—dirigidos a una entidad llamada *Inversiones Ribera S.L.* En dos años, casi 250.000€ habían desaparecido en una sociedad registrada solo a nombre de Guillermo.

Mi investigación me llevó al Dr. Nahuel Benítez, antiguo colega suyo desaparecido años atrás. *Llevo años esperando tu llamada*, me dijo al encontrarnos en una cafetería.

Lo que reveló en la siguiente hora destrozó lo que quedaba de mi mundo. La clínica de fertilidad de su antiguo hospital tenía problemas. Había informes manipulados, resultados falsificados, todo bajo supervisión del director, el Dr. Mercader.

Temblé. Habíamos pasado tres rondas de fecundación *in vitro* para los gemelos, y dos más para nuestra hija, Alma.

*Cuando confronté a Mercader*, dijo Nahuel, *admitió que Guillermo lo sabía. Más que sabía, era cómplice*.

*Es imposible*, susurré. *Guillermo quería hijos*.

*Guillermo tiene una cardiomiopatía hipertrófica hereditaria*, continuó, deslizando unUSB. *Leve en su caso, pero con un 50% de probabilidad de transmitirla. Un cirujano como él no podía arriesgarse a tener hijos con esa condición*.

La implicación me golpeó. *¿Durante las tratamientos… aseguró que nunca se usó su esperma?*

*Usaron donantes anónimos*, confirmó. *Sabía exactamente lo que hacía*.

ElUSB contenía pruebas: informes, modificaciones, su firma autorizándolo todo. Había construido una mentira que moldeó quince años de mi vida, mi identidad como madre, la existencia misma de nuestros hijos.

Esa noche, recogí muestras de ADN de sus cepillos y un peine de Guillermo. La espera de los resultados fue insoportable. Mientras, él aceleraba el divorcio, alegando mi *inestabilidad emocional*.

El resultado llegó un martes. *El presunto padre queda excluido como progenitor biológico. Probabilidad de paternidad: 0%*.

Mi dolor se convirtió en determinación. Esto iba más allá de una infidelidad. Era una traición que comenzó antes de que nuestros hijos existieran. Guillermo había construido una realidad falsa. Ahora, yo la derribaría.

Me convertí en investigadora. Con ayuda de Antonia, una enfermera del clinicó que guardó registros secretos, y el agente Miguel Delgado, que llevaba años investigando al hospital, desentrañé la verdad. Encontré a otras familias engañadas, seguí el rastro del dinero a la sociedad pantalla de Guillermo y descubrí algo peor.

Rebeca Herrera, su amante, era hija de una paciente suya que murió en su quirófano cinco años atrás, tras un error suyo por llegar agotado de un fin de semana con ella. El hospital lo encubrió, y Rebeca pasó años infiltrándose en su vida, buscando venganza.

La Gala Anual del Hospital San Mateo se acercaba. Guillermo recibiría el *Premio al Mérito Médico* por su *ética intachable*. Era el escenario perfecto.

La noche de la gala, entré sola en el salón, vestida de negro. Guillermo departía, su brazo alrededor de Rebeca, que llevaba un vestido del color de la sangre. No sabía que la junta directiva acababa de reunirse en secreto, donde el agente Delgado presentó las pruebas en su contra. Ni que había policías en cada salida.

Tras su discurso sobre *la confianza sagrada entre médico y paciente*, salió con Rebeca hacia Botín, *nuestro* restaurante. Yo llegué veinte minutos después, con los resultados del ADN en mi bolso.

Estaban en *nuestra* mesa. Al verme, sonrió con suficiencia, creyendo que suplicaría.

*Lucía*, dijo condescendiente. *Qué sorpresa*.

*¿Lo es?*, repliqué. *Le dijiste al maître que podía unírmeles*. Me volví a Rebeca. *Quédate, Rebeca. ¿O prefieres que te llame Rebeca Herrera?*

Palideció. Mientras la confusión se apoderaba de Guillermo, dejé el sobre sobre la mesa. *Felicidades por tu libertad. Te resultará interesante*.

Su expresión pasó de la incredulidad al terror puro al leer los resultados.

*Es imposible*, murmuró.

*¿Lo es?*, contesté. *Falsificaste informes médicos. Me mentiste durante quince años sobre la existencia misma de nuestros hijos*.

*¿De qué habla?*, exigió Rebeca.

*Está inventando cosas porque no acepta el divorcio*, espetó Guillermo, intentando recuperar el control.

*Entonces no te importará explicárselo a la junta*,*O a la fiscalía*, añadí, señalando la entrada donde el presidente del consejo y el agente Delgado esperaban, mientras los agentes se acercaban para esposarlo, terminando así una mentira de quince años con la justicia que siempre debió existir.

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