Un poderoso empresario se queda varado en la nieve, pero lo que lleva el niño harapiento lo deja sin palabras…

La nieve caía con fuerza, cubriendo el parque de un manto blanco espeso. Los árboles permanecían mudos bajo el cielo gris. Los columpios se balanceaban suavemente con el viento helado, pero no había nadie que los usara. Todo el lugar parecía abandonado, como si el mundo lo hubiera olvidado. De repente, entre los copos de nieve, apareció un niño pequeño, no mayor de siete años. Llevaba una chaqueta fina y raída, y sus zapatos estaban empapados y llenos de agujeros. Aun así, el frío no parecía importarle. En sus brazos, llevaba tres bebés diminutos, envueltos en mantas viejas y desgastadas.

La cara del niño estaba enrojecida por el aire gélido, y sus brazos le dolían de tanto cargar a los pequeños. Sus pasos eran lentos, pesados, pero no se detenía. Apretaba a los bebés contra su pecho, intentando darles un poco del calor que aún le quedaba. “Bienvenidos a ‘Charlas con José’, y un saludo especial para Martina, que nos sigue desde Málaga. ¡Gracias por ser parte de esta comunidad! Si quieres que te saludemos, dale like, suscríbete y cuéntanos de dónde nos ves en los comentarios”. Los trillizos eran frágiles, sus caritas pálidas, sus labios empezaban a ponerse azules. Uno de ellos emitió un gemido débil. El niño bajó la cabeza y murmuró: “Tranquilos, estoy aquí. No os dejaré”.

A su alrededor, el mundo seguía su ritmo acelerado: coches pasaban raudos, la gente corría hacia sus casas… pero nadie reparaba en el niño ni en las tres vidas que intentaba salvar. La nevada se hizo más intensa, el frío más cruel. Las piernas del niño temblaban con cada paso, pero seguía adelante. Estaba agotado, pero no podía parar. Había hecho una promesa. Aunque a nadie más le importara, él los protegería.

Sin embargo, su cuerpecito era débil. Sus rodillas flaquearon y, poco a poco, cayó sobre la nieve, sin soltar a los bebés. Cerró los ojos, y todo se volvió blanco y silencioso. Allí, en ese parque helado, bajo la nieve que no cesaba, cuatro almas pequeñas esperaban. Que alguien las viera.

El niño abrió los ojos lentamente. El frío le mordía la piel, los copos se posaban en sus pestañas, pero no se los quitó. Solo pensaba en los tres bebés que llevaba. Con un esfuerzo inmenso, intentó levantarse. Sus piernas temblaban, sus brazos estaban entumecidos, pero no los soltaría. Se puso en pie, paso a paso, aunque cada movimiento le costaba más que el anterior. El suelo estaba duro, helado. Si caía, los pequeños podrían lastimarse. No lo permitiría.

El viento le azotaba la ropa delgada, sus pies estaban empapados, sus manos no dejaban de temblar. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera salirse del pecho. Inclinó la cabeza y susurró a los bebés: “Aguantad, por favor, solo un poco más”. Los trillizos emitieron sonidos débiles, pero seguían con vida. Y el niño, contra todo, siguió caminando.

Leave a Comment