Una Cajera Descubre que Hereda un Próspero Negocio al Encontrar un Testamento

Una carta inusual desencadena que una mujer descubra un secreto oculto durante años y reciba una fortuna inesperada.

Gregorio cerró la puerta de la pequeña tienda donde trabajaba como cajero desde hacía veinte años. Su abrigo, viejo y delgado, no lograba protegerlo del frío mientras caminaba a casa, pero aun así sonreía. Había sido otro buen día de trabajo.

Su esposa nunca entendió cómo encontraba satisfacción en lo que ella llamaba un empleo sin futuro. Lo abandonó por falta de ambición, pero él aún tenía a su hija.

Lucía esperaba en el recibidor del edificio donde vivían cuando Gregorio entró. Ella también acababa de empezar a trabajar como cajera y aún llevaba el uniforme. En una mano sostenía una carta.

—¿Qué tienes ahí, Lucía? —preguntó Gregorio al acercarse.
Ella levantó la vista, sobresaltada. —Dímelo tú, papá. Tengo miedo de abrirla.

Gregorio frunció el ceño y tomó la carta. El nombre de un bufete de abogados estaba impreso en el sobre.

—¿Por qué me contactaría un abogado?
Gregorio se encogió de hombros. Rompió el sobre y revisó los documentos. Su rostro palideció y sus manos temblaron al leer.

—¿Es malo, verdad?
—Es… extraño. Según esto, alguien te ha dejado en herencia tres restaurantes valorados en casi tres millones de euros.

—¡¿Qué?! —Lucía arrebató la carta. —Tiene que ser una estafa.

—Hay una forma fácil de comprobarlo. —Gregorio señaló el número del abogado en el membrete.

Lucía llamó y concertó una reunión al día siguiente. Gregorio la acompañó.

—Esto debe ser un error —dijo Lucía al entrar en el despacho.
—No conozco a nadie que me dejaría un negocio.

El abogado negó con la cabeza. —No hay error, señorita. Mi cliente, Mateo Marqués, fue muy claro en sus instrucciones.
Gregorio sintió como si le hubieran dado una descarga. —Repita ese nombre, por favor.
—Mateo Marqués.

Entonces, Gregorio lo entendió todo. Bajó la cabeza y rompió a llorar.

Unos meses atrás…

Mateo temblaba de nervios al acercarse a la caja. Dejó un paquete de chicles y miró al cajero. Su placa decía «Gregorio». Era el hombre correcto.

—¿Se encuentra bien, señor?
—Sí, gracias. —Mateo reaccionó y le entregó un billete de cinco euros. —Pero necesito hablar con usted. Es sobre Lucía.

El hombre levantó la vista, alerta ante el nombre de su hija. —¿Le pasa algo?
Mateo negó con la cabeza. —¿Tiene unos minutos?

Quedaron en un bar cercano durante la pausa de Gregorio. Mientras esperaba, Mateo repasó lo que lo había llevado hasta allí.

Días antes, hablando con su amigo Jerónimo sobre su enfermedad terminal, lamentó no tener herederos para su negocio de restaurantes. Entonces, Jerónimo le soltó una revelación: Mateo tenía una hija que no conocía. Su exnovia murió en el parto y la bebé fue dada en adopción.

Mateo contrató a un detective para encontrarla. Ahora estaba frente a Gregorio, el hombre que la había criado.

—Soy su padre biológico —explicó Mateo—. ¿Sabe Lucía que es adoptada?
—No, y no puede decírselo —rogó Gregorio—. Mi esposa me dejó hace meses y no quiero perderla. Por favor, no se la lleve.

Mateo dudó. Quería conocerla, pero no arruinar la vida de quien la había cuidado. Tampoco quería perturbarla, sabiendo que le quedaban pocos meses de vida.

—¿Cómo es ella? ¿Es buena persona?
Gregorio sonrió. —Es maravillosa. Amable y justa con todos.

Mateo asintió. Entonces, tuvo una idea.

Al día siguiente, se disfrazó de hombre pobre y fue a la tienda donde Lucía trabajaba. Llevó unos alimentos básicos a su caja.
—Lo siento, señorita —dijo al escuchar el total—. Solo tengo diez euros.
—No se preocupe —respondió Lucía con dulzura—. Yo pago el resto.

Una semana después, Mateo regresó vestido con un traje caro. Tomó los productos más costosos y volvió a su caja.
—¡Apártese! —gritó, empujando a otros clientes—. Tengo prisa, ¡atiéndame ya!

—Entonces, llegará tarde a su reunión —respondió Lucía con firmeza, ignorando sus productos—. Señora, pase usted primero.

—¡Exijo ser atendido ahora!
—Aquí no se salta la cola, por muy importante que sea.

Mateo sonrió de oreja a oreja. —Me alegra que diga eso.
Tomó un ramo de lilas amarillas y dejó el dinero. —Esto es para usted, Lucía. Me llamo Mateo, y hice esto para comprobar qué clase de persona es.

—Hágame un favor: recuerde mi nombre cuando vea estas flores.

En el presente…

—Mateo era tu padre biológico —dijo Gregorio—. Eres adoptada.
—¿Por qué no me lo dijiste?

—Temía que te sintieras mal. Luego tu madre se fue, y temí que tú también lo hicieras…

Lucía lo abrazó. —Nunca te dejaré, papá.

El abogado tosió. —Como decía, mi cliente le dejó en herencia sus tres restaurantes, valorados en más de un millón de euros cada uno.

—También tenía un último deseo.
Salió y regresó con un ramo de lilas amarillas, entregándoselo a Lucía.

Ella lo sostuvo con cariño. —Ahora lo entiendo —susurró, mirando a Gregorio—. Vino a la tienda y me pidió que lo recordara al ver estas flores.

Gregorio posó una mano en su hombro. —Estoy seguro de que estaba muy orgulloso de ti, y lo seguirá estando desde el cielo.

¿Qué nos enseña esta historia?

Trata a los demás con igualdad y serás recompensado. Mateo decidió dejar su fortuna a Lucía al comprobar su bondad.

La felicidad puede hallarse en una vida sencilla. Gregorio y Lucía eran felices trabajando con honestidad.

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